sábado, 8 de diciembre de 2007


64. PUMAREJO Y CASAS VIEJAS.

(emitido el sábado, 8 de Diciembre de 2007 en Protagonistas Sevilla (Punto Radio -93.0 F.M)

Buenas tardes, hoy iniciamos nuestro paseo desde un lugar emblemático de nuestra ciudad: estamos en el Arco de la Macarena, pórtico inigualable del barroco popular. Aún con riesgo de excomunión capillita, me parece nefasto el emplazamiento del busto que la hermandad ha erigido hace pocos años a Juan Manuel Rodríguez Ojeda.
Dejamos a la derecha este magnánimo templo, con toda su grandeza y simbología. Nuestra vista se va despojando de lujo y oropeles, y en pocos metros, tras pasar por San Julián, llegamos a la muy humilde y a la vez ilustre Plaza del Pumarejo. A nuestra izquierda, su Centro de Salud, con vigilante de seguridad en la puerta. Enfrente, dos gorrillas con caras desencajadas tras una ingesta masiva de estupefacientes con tinto.
Frente al puesto de prensa, en el centro de la plaza, un monumento oxidado con letras huecas alegoría de no sé sabe muy bien qué. Dirigimos nuestra vista hacia un precioso caserón degradado del siglo XVIII habitado por okupas. Algunas colgaduras, en el exterior, así como cortinas al menos armónicas. Es de agradecer que en este caso, ese movimiento haya respetado la fachada. Por supuesto, comentarán el desalojo reciente de la joya de la corona del llamado movimiento okupa: nos referimos a Casas Viejas.
Nadie dice que el alquiler esté barato, pero ya están habiendo medidas correctoras que lo facilitan a los jóvenes, incluso leyes para gravar la vergüenza de los pisos vacíos. Del mismo modo, hay mucho okupa con alergia al trabajo, incluso pijos reconvertidos en busca de polvera de fin de semana.
También hay una minoría okupa que ha desarrollado cierta labor de promoción cultural, al menos en el sentido tan amplio y contradictorio como se entiende hoy la cultura. Pero el resto, sencillamente tienen un morro que se lo pisan, y actitudes francamente egoístas y antisociales, como enganchar la luz a un vecino para que pague él, estropear fachadas con pintadas o celebrar conciertos de rock hasta altas horas de la madrugada, lo que tampoco parece muy solidario.
Además, existe un agravio comparativo: si a ellos se lo consienten, ¿por qué no a nosotros? A partir de ahora mismo, me declaro okupa de mi propia casa. No pago un euro más de la hipoteca, engancho la luz a la viudita del tercero, y a ver si me protesta, cambio el insulso toldo comunitario de rayas marrones por otro naranja fosforito, organizo audiciones de jazz a las doce de la noche, y además, cobro entradas.
Pero con independencia de lo que cada cual quiera pensar, tras el desalojo de Casas Viejas, muchos vecinos por fin pueden dormir, y la paz ha vuelto al Pumarejo.

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