domingo, 3 de junio de 2007


36. TEATRO DE LA MAESTRANZA

(emitido en Punto Radio -93.0 FM- , Protagonistas Sevilla, el sábado 9 de febrero de 2007)

Buenas tardes, hoy vamos a describir una reciente visita al Teatro de la Maestranza. Accedemos por la calle 2 de Mayo, contemplando el desolador panorama de la Capilla de Las Aguas con su gigantesco vecino en obras por la ampliación de su espacio escénico. Nos disponemos a disfrutar de una prometedora velada musical: el Ballet Nacional de Hungría representa Romeo y Julieta de Prokofiev. Un nutrido grupo de cuñados y sobrinos, amén de mi familia se han sumado a la excursión.
Como nuestra función no la es de crítico musical sino social, de costumbres y modos, no insistiremos demasiado en la brillante escenografía o en la correcta interpretación de nuestra orquesta.
No hace demasiado frío, y por ello, me llama la atención la inmensa cantidad de abrigos de pieles lucidos con esplendor por señoras de cierta edad. Predomina un fuerte olor a naftalina y alcanfor en el ambiente, que se va diluyendo a medida que ascendemos hacia nuestras butacas de Terraza.
Todos estamos expectantes e ilusionados, dispuestos a pasar un buen rato. La orquesta ocupa con dificultad el foso, la directora toma la batuta: comienza el espectáculo. Oímos un extraño pitido, procede de las filas posteriores: adiós introducción orquestal. Señores trajeados sisean, alguien menos prosaico grita directamente:
-¡Que alguien apague ese móvil!
Me levanto de mi asiento con sed de venganza: muy poco tardó en aparecer la culpable: el audífono de una tierna ancianita se había acoplado. Por fin pudo subsanarse el problema entre disculpas de la señora.
Cambian decorados, toda Verona en el escenario del Maestranza: danzas de caballeros, Julieta juguetona, Romeo suspirante, mis sobrinos, entusiasmados. Luchan virilmente espadachines Montescos y Capuletos. La orquesta vibra, los móviles, también, y no sólo eso: resuenan dos politonos. Prosigue el siseo de cierto sector del Patio de Butacas. Pronto se acallan los celulares.
Tras dos intermedios, el tercer acto; la tragedia se anuncia: tenues violines y metales matizados sirven de fondo al baile intimista de dos enamorados. Una obra paralela se gesta en parte del público: concierto de toses desaforadas con doble carraspeo, que por momentos anula el trabajo de la orquesta. Mueren los amantes, termina la obra. Muchos abrigos alcanforados inician su apresurada maleducada huída sin aplaudir el trabajo de bailarines y músicos.
Resulta lamentable que Sevilla, declarada ciudad de la música por la UNESCO, deba soportar ruidosas minorías de melómanos sociales que sólo acuden al Maestranza para exhibir pellejos de bichos o hacer sonar sus móviles.

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